Crítica: Casa Árbol Persona

Título: Casa Árbol Persona

Autora: José Manuel Gallardo

Editorial: Huerga & Fierro

Me habría encantado leer este libro cuando aún no sabía cómo manejar la poesía.

Habría sido un punto muy a favor a la hora de comprender mejor los porqués del quehacer poético, de conocer los motivos (si es que los hay) por los que escribimos poesía, de abrazar la belleza del mundo y del propio proceso de escritura como quien sonríe ante la risa de un niño pequeño.

No fue así. No encontré este libro en ese momento, sino cuando ya sabía un poco de todas esas cosas, cuando ya había dado algún paso hacia esa comprensión, hacia mis porqués, hacia mis motivos, hacia mi búsqueda de la belleza. Aun así, qué gusto leer un poemario que ratifica mis suposiciones, que se suma a todos mis pensamientos acerca de por qué escribo, de cómo escribo, de desde dónde escribo. Porque JoséManuel Gallardo viene con un libro de poesía sobre la propia poesía, sobre el proceso creativo al escribir, sobre el acto poético, que es una delicia y que nos acerca un poco más a la ansiada paz, a lo bello, a lo sencillo.

También hay tiempo para tratar otros temas, como la memoria, la familia, el transcurso vital del autor (mar-camino), que fluyen como esos ríos mencionados en algunos poemas, como esa agua que acoge y guía nuestros pasos, como esa tierra que los recibe y los empuja para seguir avanzando.

Casa. Árbol. Persona. Poeta (añadiría yo).

Un gusto confirmar que la poesía sigue estando, a pesar de (casi) todo(s), en las manos de personas que la tratan como merece.

Lo que más me ha gustado: la sencillez, pues me ha aportado una buena dosis de tranquilidad.

Lo que menos me ha gustado: por sacar algo (y ni siquiera estoy seguro), he decir que, a pesar de que me parecen muy bonitas, no termino de ver que un libro de poesía lleve ilustraciones. No es, como digo, ninguna crítica a la ilustradora, porque sus ilustraciones son preciosas, ni pretendo contrariar la decisión del poeta de incluirlas, pero las veo y, aunque me gustan, siento que no las necesito.

“Si este soy yo,

si soy un cuerpo,

un árbol,

una casa”.

José Manuel Gallardo

Crítica: Una muerte íntima

Título: Una muerte íntima

Autora: Teresa Núñez 

Editorial: Huerga & Fierro

Premio Nacional de Poesía “Ciega de Manzanares” 2022

Este libro ganó el “Ciega de Manzanares” el año antes que yo, por lo que tuve la suerte de compartir acto con su autora, de poder escuchar cómo recitaba algunos de los poemas y de conversar un rato con ella.

Si os soy sincero, no me lo monté muy bien (y me arrepiento de no haberlo hecho). No investigué absolutamente nada sobre ella ni sobre el libro, y creo que tendría que haberlo hecho (enero ha sido un mes muy complicado, diré a mi favor). Eso sí, quizá la sorpresa fue mayor al saber de ella y de su poesía esa misma tarde, en Manzanares, en el acto en que se me premiaba a mí y se presentaba su libro. Porque me gustó mucho escucharla, igual que me gustó mucho cruzar con ella algunas palabras.

Podría enumerar los premios que atesora Teresa, que son muchos, pero me voy a centrar solo en este poemario, que es el que reseño. 

“Una muerte íntima” es uno de esos libros que se escriben estando mal, tratando de (como dijo Félix Grande), “poner al dolor a trabajar al servicio de la vida”. Una ruptura es una tormenta que hay que atravesar con las fuerzas al mínimo; una ruta que hay que transitar a oscuras; un luto más con el que debemos convivir acompañados de un dolor inmenso. Eso es este poemario. Un libro de un dolor palpable, tanto que está en cada objeto de la casa, en los muebles, en la ropa, en todas y cada una de las habitaciones compartidas. Una forma terapéutica de intentar sanar a través de la escritura. Ya sabéis que es justo esta la poesía que me gusta (y la que yo también he escrito últimamente, la que veréis en mi siguiente poemario, “Alas para los ángeles”), así que ha sido una auténtica delicia leer a Teresa.

Me gusta, además, saber que mi libro va a formar parte de esta misma colección, que será el número XXII de este premio que ha logrado unirme a La Mancha, el otro 50% de mi sangre, tierra en la que espero poder compartir mi poesía.

Leed poesía, amigos. Sabed encontrar la poesía que de verdad merece ser leída. Buscad a poetas de los que escriben desde el conocimiento y la autenticidad. Huid de quienes solo son producto del marketing. Teresa Núñez es una poeta a la que leer, y esta muerte íntima que nos trae es un libro cuya lectura es, además de disfrute, aprendizaje.

Lo que más me ha gustado: verme reflejado en ese mismo proceso de duelo posruptura, identificarme con muchos de los versos.

Lo que menos me ha gustado: como no puedo reprocharle nada al libro, diré que las ganas que tengo de ver mi libro publicado ya, con lo que pesa la espera hasta noviembre.

“Escapaste

mucho antes del alba,

sin que yo adivinase que vivía

con un desconocido”.

Teresa Núñez

Crítica: De las horas sin sol

Título: De las horas sin sol

Autor: Marina Casado

Editorial: Huerga & Fierro

Adquirido en: Caseta de Huerga & Fierro, Feria del Libro de Madrid

Muchos se preguntan para qué sirve la poesía. Por qué, en los tiempos que corren, sigue habiendo personas que siguen escribiendo poemas. Un género que casi nadie lee. Que es complicado de encontrar en la mayoría de librerías. Un género sobre el que (dicen) ya está todo inventado.

Por otra parte, muchos hemos hablado acerca de esa nueva (y mal llamada) nueva corriente poética, tan abundante en redes sociales como carente de calidad poética. Esos textos (ya sabéis que me niego a llamarlos poemas) se leen, se comparten, dan dinero y seguidores… La única explicación que he encontrado cuando he preguntado por ahí es que “es sencilla y se entiende”. Vamos, que ni se han parado a leer a poetas que escriben poesía de verdad y que se entiende y que nos (les) gusta lo simple, lo inmediato, lo que no les hace dedicar más de un segundo. Insisto: a mí, no me vale con eso.

Vuelvo a esta nueva crítica dos días después de haber tenido el inmenso honor de escuchar a Antonio Gamoneda hablar de poesía, además de recitarla. En su intervención, que escuché con el vello de punta, dijo que, a esos “poetas realistas” (así llama él a quien dice escribir poesía sin pudor ni vergüenza), siempre les dice lo mismo: “No se escribe la vida. Se vive la escritura”. Y yo, que sabéis que tengo un respeto enorme por los grandes poetas, no voy a añadir más al respecto.

Volviendo al primer párrafo, la poesía sirve. Claro que sirve. Y este “De las horas sin sol”, de Marina Casado, es un claro ejemplo de esta afirmación. En un rato sabréis por qué.

A Marina llegué después de que @elgeneracional , a través de @williamalex_26 ,la entrevistara. Como ha sido la siguiente en hablar de poesía después de mi entrevista, me interesé en leerla y vi, con alegría, que opinábamos de forma muy parecida respecto a lo que he expuesto antes. Además, viendo lo que tenía escrito hasta ahora, me llamó mucho la atención este poemario que hoy os traigo, y lo hizo por la simple razón de que, por desgracia, tenemos algo en común: haber perdido a uno de nuestros padres demasiado pronto. Este “De las horas sin sol” habla, precisamente, de esa pérdida que sufrió la autora, convirtiéndose en un precioso homenaje a su padre y, al mismo tiempo, en una terapia aplicada a sí misma a través de los versos, gracias a la poesía. Del mismo modo, y de forma indirecta, también me ha servido a mí para volver al recuerdo de mi madre, para verla en algunos de los poemas de Marina, para recuperar con más fuerza aún su recuerdo y, tal y como hizo ella al escribirlos, homenajearla con la lectura. Fijaos si la poesía sirve de algo…

El libro lo compré en esta maravillosa Feria del Libro de Madrid que tanto he disfrutado este año, con la suerte de que Marina vino a verme firmar y pudo dedicármelo “con la terrible conciencia de que me comprendes”. Y tanto que te comprendo. Y tanto que es terrible.

Poeta joven, pero con un buen catálogo de libros, madrileña, sincera, profesora de Lengua y Literatura, Licenciada en periodismo, Doctora Cum Laude en Literatura Española… Y, desde que cruzamos un par de palabras por redes y nos pusimos cara en El Retiro a los pocos días, amiga y poeta a la que seguiré leyendo, sin duda.

Porque, no. No todos los poetas jóvenes pertenecen a ese grupo de “poetas realistas” del que hablaba Gamoneda. No todos escriben desde la ignorancia y la falta de interés en la poesía. No todos viven por y para las redes y sus miles de seguidores. También hay poetas jóvenes, como Marina, que se toman muy en serio esto de escribir poesía. Que la leen, la trabajan, la respetan y la hacen aún más grande. Porque, sí. Sigue habiendo poetas a quienes merece la pena descubrir y leer.

Para abrir apetito, os dejo algunos de los versos que más me han gustado:

Del poema Western, domingo

Tengo los ojos llorosos de pretéritos.

Tengo todos los sueños conspirados

para perder la fe en la realidad.

La vida se disfraza de domingo

con las alas cerradas.

Del poema La eternidad

Y cuando nos sonríe,

es también tu sonrisa

la que vive por dentro de sus labios,

y algo en la noche que no acaba

me descifra, despacio,

el guiño triste y victorioso de la eternidad.

Dicho esto, voy con lo que más y lo que menos me ha gustado del libro.

Lo que más me ha gustado: haber descubierto a una nueva (para mí) poeta y ver que nos unen tantas cosas, algunas terribles; otras, maravillosas.

Lo que menos me ha gustado: que ahora tendré que hacerme con más poemarios de Marina. Para empezar, “Este mar al final de los espejos”, poemario ganador del Premio Carmen Conde de Poesía.

¿Conocéis a la autora? Si no es así, ¿buscaréis leer algo suyo?

¡Un abrazo!

“Cada ciudad escoge un corazón para llorarlo.”.

Fragmento de “Todas las lluvias que pasé contigo”, Marina Casado

Crítica: Benjamin Wilson y el caso de la mano maléfica

Título: Benjamin Wilson y el caso de la mano maléfica

Autor: Beatriz Osés

Ilustrador: Emilio Urberuaga

Editorial: Edebé

Hay unos cuantos autores y autoras nacionales de literatura infantil y juvenil de los que me fío al cien por cien. Beatriz Osés es una de allas, al igual que lo son @pedro.manas.romero , @lediciacostas , @loslibrosdelaoro o @margaritadelmazo . No es necesario irse tan lejos para encontrar muy buenas historias dedicadas a peques y jóvenes.

Este libro fue uno de los elegidos para el Club de Lectura Infantil de la Librería Taiga de Madrid, del que me voy a ocupar a partir de ahora. Será del que hablemos en el grupo de nueve y diez años, y creo que les va a encantar.

Aunque me encante la fantasía, siempre he dicho que libros para este público tan exigente que sean “reales” es, también, necesario. Me encanta leer y escribir sobre magia, criaturas fantásticas y hechizos, pero también me gusta mucho hacerlo sobre lo que un niño o niña puede encontrarse en su día a día. Sin ir más lejos, en su colegio. Todo eso, a pesar de que la historia en sí no sea muy realista. Os cuento.

Benjamin Wilson es un señor que, a punto de jubilarse, recibe una notificación del Ministerio de Educación para que vuelva a su colegio, ya que afirman que tiene siete años. Con un argumento así, y con la pluma e imaginación de Beatriz Osés, podéis imaginar que es una muy buena historia en la que, sobre todo, priman el misterio y el humor. Dos elementos, para mí, muy importantes en la literatura infantil y juvenil.

Es un libro breve, muy entretenido y muy recomendable, y podremos destriparlo a placer en el club de lectura.

Además, cuenta con las ilustraciones de Emilio Urberuaga, uno de los grandes ilustradores españoles que, ni más ni menos, ha ilustrado Manolito Gafotas, entre otros muchos. Todo un lujo, desde luego.

Será un libro que recomiende en el colegio, sin duda. Cómo me gusta que autores tan cercanos escriban historias tan geniales.

Dicho todo esto (aunque me enrollaría mucho más), paso a mi análisis.

Puntos fuertes:

Marca España: sí, insisto. Es un auténtico lujo leer un libro de una autora de la talla de Beatriz Osés (ojead su curriculum literario) e ilustrado por Emilio Urberuaga, Premio Nacional de Ilustración 2011, sin ir más lejos. Cuánto talento tenemos en España, amigos y amigas. Y cuánto me gustaría que todo ese talento se valorara mucho más aún.

El humor: aunque, en realidad, catalogaría este libro como un libro de misterio, creo que el humor es lo más importante que encontramos en sus páginas. Un gancho perfecto para su lectura. 

El protagonista: Benjamin Wilson es un personaje estupendo. Inocente, torpe, concienzudo, justo… y muy divertido. Me ha cautivado.

Las ilustraciones: cuando un ilustrador es tan reconocible es por méritos propios. Y las ilustraciones de Emilio lo son.

Lo que más me ha gustado: poder compartir este libro con los lectores de Taiga y, además, contar con la propia autora, que nos acompañará si nada se tuerce.

Lo que menos me ha gustado: ¡que se me ha hecho muy corto! Es lo que tiene leerlo con treinta y cinco años, supongo…

¿Conocíais a la autora? A los que no, ¿creéis que lo haréis algún día?

Gracias y un abrazo para todos.

“Según estos documentos, usted tiene siete años y está en edad escolar”.

Beatriz Osés en “Benjamin Wilson y el caso de la mano maléfica”.

Crítica: El libro de Lilit

Título: El libro de Lilit

Autor: Guadalupe Grande 

Editorial: Renacimiento (Premio “Rafael Alberti” 1995)

Después de un tiempo buscando alguno de los libros publicados de Guadalupe Grande, al final me decidí a encargarlos al saber de su triste fallecimiento, el pasado 2 de enero.

Enamorado como estoy de la poesía de su madre, Francisca Aguirre, y con Félix Grande como padre (menudos genes), a Guadalupe tenía que leerla, y qué pena haber tardado tanto y, sobre todo, qué pena no haber hecho por conocerla, como sí conocí a sus padres.

Si os soy sincero, antes de este “Libro de Lilit” me hice con “Hotel para erizos”, pero alguien en quien confío a ciegas en esto de la poesía (quien se acaba de autoproclamar, no sin motivos, mi asesor literario) me dijo que este primer libro de Guadalupe era brutal. Como me conoce bien y sabe perfectamente la poesía que me gusta, le hice casi y, como siempre ocurre cuando lo hago, ha acertado de pleno.

Para continuar con la sinceridad, leí a Guadalupe con algo de miedo. Ser poeta siendo la hija, ni más ni menos, que de dos poetas de la talla de Paca y Félix (“Premio Nacional de las Letras” y “Premio Nacional de Poesía”, respectivamente y entre otros muchos galardones) no tiene que ser sencillo. Las comparaciones surgen siempre, en estos casos, y yo no quería caer en ese error. Cada poeta es solo suyo (si es de los buenos). Y Guadalupe es suya, muy suya, como muy suyos fueron sus padres.

Dicho todo esto, qué poemario, amigos y amigas. Qué absoluta maravilla. Qué complicado es (al menos, a mí me lo resulta) poemarios que te encrespen la piel de esta forma, que te leas de corrido porque te atrapan, que se disfruten tanto… De pocos, muy pocos libros de poesía puedo decir que me hayan gustado por completo. “Ítaca”, “Los trescientos escalones”, “Toco la tierra”, “La paternidad de Darth Vader”, “Solo tu nombre es mi enemigo” o las antologías “A las órdenes del viento”, “Pecábamos como ángeles” o“El ojo de la mujer” son algunos ejemplos. Solo poetas como Manuel Francisco Reina, la propia Paca AguirreÁngela Figuera AymerichRaquel LanserosGloria Fuertes o Gioconda Belli me dejan sin palabras y me hace leer y releer los mismos poemas una vez tras otra. En ese grupo se han colado Guadalupe Grande y “El libro de Lilit”. Y, por el momento, no devolveré el libro a la estantería, porque lo quiero releer ya mismo.

Sin enrollarme mucho más, voy con mi análisis con lo que más y lo que menos me ha gustado del libro.

Puntos fuertes:

El descubrimiento: qué fácil y qué difícil, al mismo tiempo, tenía Guadalupe Grande ser una buena poeta, pero lo consiguió. Con creces. Su voz se separa de la de sus padres y se hace gigante. Qué mérito más enorme.

El tema: si habéis leído mis reseñas de poemarios y algo de la poesía que escribo, sabréis que la que más me gusta es la que duele. La poesía triste, la que brota de las entrañas, la que nace después de un desamor, una pérdida, una desilusión o algo que haya removido las tripas del poeta. El tema que se trata en este libro es uno de esos, y qué forma más brillante de expresar ese dolor, compartirlo y, casi con total seguridad, deshacerse un poco de él.

Lo que más me ha gustado: el libro en sí, al completo. Saber que, siempre que necesite volver a estos versos, Guadalupe y Lilit me estarán esperando.

Lo que menos me ha gustado: como he dicho antes, no haberla descubierto antes y haber podido hablar con ella sobre poesía, sobre sus padres y sobre la vida. 

¿Conocéis a la autora? Si no es así, ¿buscaréis leer algo suyo?

* Si lo queréis adquirir, en la propia página de Renacimiento lo encontraréis sin problema y, además, a un muy buen precio (que conste que no se trata de una colaboración y compré, junto a “En la quietud del tiempo”, de Pablo García Baena, este libro).

¡Un abrazo!

“Durante un tiempo estuve muerta

como una crisálida guardada en un cajón de cartón,

detenida en el umbral, olvidada del gusano y de la mariposa.

instante perpetuo, cómo duele despertar de tu sosegada indiferencia,

de tu dócil y atónita bondad”.

 “Oficio de crisálida”, Guadalupe Grande

Resquemor en “bookstagram”

Ayer, el periódico “La vanguardia” incluía un artículo titulado “El postureo lector o aquellos que fingen que les gustan los libros” y, por lo que he podido ver en distintas redes sociales, no ha sentado demasiado bien a la comunidad “bookstagram” (para quienes no lo sepáis, cuentas de Instagram dedicadas a hablar de libros). 

Me he encontrado con ataques feroces a dicho artículo desde bastantes cuentas y, para contrastar una opinión con las otras, he buscado en prensa para leerlo.

Os lo dejo aquí, por si queréis hacer lo mismo:

https://www.lavanguardia.com/cribeo/cultura/20210117/6182109/postureo-lector-fingen-les-gustan-libros.html

De forma resumida, lo que afirman en el artículo es que hay cuentas en Instagram que se dedican a hablar de libros por postureo, por quedar bien, por sumarse a la moda o por pensar que leer los puede situar en un plano intelectual superior (hecho, este último, que se suele pensar sin que sea del todo cierto, por otra parte).

¿De qué se quejan algunos “bookstagrammers” y (por lo que he visto) algunos autores y autoras? Voy al lío…

Se quejan de que el artículo solo critica esa parte de las redes sociales y de los “bookstagrammers” en vez de hablar de que, en España, se lee. No es verdad. De hecho, el artículo empieza hablando de cómo una gran parte de la sociedad española ha leído más que nunca durante el confinamiento, aunque las librerías estuvieran cerradas.

Quienes se han ofendido dicen, también, que se podrían haber volcado los esfuerzos y el espacio en prensa para hablar de las bondades de la lectura en lugar de embarrar un determinado sector de “bookstagram”. Tampoco es verdad. El artículo habla del privilegio que supone leer, de que conseguir disfrutar de la lectura aporta múltiples beneficios y de que “leer un libro es un escape fabuloso para relajarse y desconectar” (cito, literalmente). Llega, incluso, y como colofón, a hablar de la lectura como una terapia emocional a la altura de la meditación. 

Quizás estos dos aspectos no sean suficientes, pero no se puede decir que el artículo solo intente desprestigiar a quienes (según la redacción) dudosamente tienen una mínima autoridad para hablar de libros y que no diga nada sobre los beneficios de leer o de los hábitos lectores porque, sencillamente, no es cierto.

¿Qué queda, entonces, de esas quejas que he podido leer? ¿De dónde sale tanto enfado? 

Si no me equivoco, lo que más ha cabreado a estas personas es el hecho de que el artículo pone el acento en un par de puntos que todos conocemos, pero que no muchos sabemos o queremos admitir.

El primero, que el postureo reina en la sociedad de hoy en día. Es más, me atrevería a decir que lo hace en prácticamente todos los campos y, por supuesto, de manera especial en Instagram. Quien no lo afirme, miente. Ojo, que no lo digo como algo negativo. Es bastante sencillo de entender, creo. No es necesario ni siquiera pensar en Instagram. Pensemos en las cámaras de fotos analógicas (si las recordáis) o en las digitales. ¿Alguien ha pensado alguna vez en hacer una foto sin preocuparse de que quedara bonita? Desde que la fotografía existe, corrijo, desde que cualquier forma de representación de la realidad existe, cualquiera que quisiera retratarla con un pincel, un bloque de mármol o una cámara de fotos, ha intentado hacerlo lo mejor posible. Voy a poner algunos ejemplos. “Naturaleza muerta con biblia”, de Van Gogh; “Lectura abandonada”, de Valloton; “El librero”, de Arcimboldo (de ¡1566!); o “Libro transformándose en mujer desnuda”, de Dalí. En todas estas obras aparecen libros como objetos decorativos. ¿Es malo? No. ¿Es criticable? En absoluto. ¿Es “postureo”? Si entendemos “postureo” como querer hacer una representación de la realidad lo más bonita posible, usando libros o cualquier otro objeto que se nos antoje, sí. Pero, insisto, no creo que haya nada malo en eso. Por retomar el inicio de este punto, postureo ha habido y lo habrá siempre. Lo que critica el artículo no es eso, sino la absurdez a la que los seres humanos hemos llegado de primar la apariencia por encima de todo y, en el caso de los libros (y como vengo denunciando desde hace ya mucho tiempo), el hecho irrefutable de que la cantidad (de seguidores) es mucho más importante que la calidad (de dichos libros).

El segundo, que se ha metido en el mismo saco a toda la comunidad “bookstagram” y se ha dicho que todos los que tengan cuentas dedicadas a los libros solo lo hacen por postureo, que nadie se lee los libros y que ni siquiera les gustan. Pero (siento decirlo), una vez más, no es verdad. El artículo afirma que una “inmensa mayoría” de personas a las que se pregunte nos dirá que le encanta leer y que esa afirmación puede, o bien ser verdad, o bien tratarse de “un curioso fenómeno: el postureo literario”. Y, ¡no nos engañemos! ¡Claro que hay gente así! Y, si la hay en la vida real y la descubrimos en conversaciones reales, ¿cómo no la va a haber en Instagram? Por supuesto que la hay, pero, del mismo modo que hay cuentas de moda en las que los y las influencers compran los últimos modelos, se hacen las fotos y los devuelven, o del mismo modo que cuentas que hablan de diversos temas son un auténtico fraude. Existen. Claro que existen. E, insisto, quien diga que eso no es así, está mintiendo.

¿Nadie conoce casos de cuentas que reseñan libros que ni se han leído porque las editoriales se los mandan gratis? ¿Nadie conoce a famosos que nada tienen que ver con la literatura que recomiendan libros solo por intereses económicos o diversos arreglos? ¿Nadie reseña tan solo o muchos más libros de aquellos autores que tienen más tirón para obtener mayor visibilidad, aunque no les gusten esos libros o autores o ni haya leído una sola página? ¿Soy el único que podría dar una lista inmensa de nombres?

Del mismo modo, ¿nadie conoce autores pésimos que copan las listas de ventas solo por lo fuertes que son sus cuentas o las de sus parejas en Instagram? ¿Eso no nos molesta? ¿No lo denunciamos? ¿No lo criticamos?

Antes de que me echéis a los leones, quiero dejar claro que no pienso que toda la gente sea así ni que haya personas que sean así todo el rato. Si lo pensara, no estaría en Instagram, os lo puedo asegurar. Gracias a Instagram y, en particular, a las cuentas dedicadas a la literatura, he conocido a personas maravillosas con cuentas maravillosas que se esfuerzan mucho por fomentar la lectura, dar a conocer a autores nuevos, libros que les gustan, recomendaciones… ¡Son la inmensa mayoría! He podido contactar y llegar a tener cierta confianza a lectores interesados en lo que escribo y, es más, entablar cierta amistad con autores a los que admiro, como Raquel Lanseros, Pedro Mañas o Beatriz Osés. Y eso es algo que solo “bookstagram” puede conseguir. Al igual que yo pienso así, veo de forma muy clara esa misma idea en el artículo tan ciegamente criticado, solo que, al igual que los periodistas que lo han escrito, veo la realidad, veo el sinsentido y, como creo que tendríamos que hacer más a menudo, lo critico cuando tengo ocasión.

Si os soy sincero, no entiendo tanto resquemor, enfado ni tanta pompa ante una opinión como la vertida en este periódico. Yo tengo una pequeña cuenta dedicada, en parte, a los libros en la que invierto un determinado tiempo y para la que me ocurro las publicaciones lo que quiero y puedo y no me ha dolido dicho artículo ni un poquito. Ni siquiera me he dado por aludido, vaya. Y, puedo ir más allá, me he alegrado al ver que en prensa nacional se habla de todas estas estupideces a las que estamos llegando desde que las redes sociales, los seguidores y los likes son quienes marcan la calidad de cualquier producto.

No nos hagamos los ofendidos si estamos contentos con nuestras cuentas y si sabemos que no somos parte de ese “postureo literario”. Creo que hacerlo no ayuda. Lo que ayudaría a que no se ponga en duda que usar la red social reina del postureo (con permiso de Tik-Tok) para hacer algo tan positivo como la animación a la lectura es algo maravilloso es, como hace el artículo, reconocer a esas personas y no prestarles la más mínima atención.

Solo así, quiero creer, daremos más fuerza y más sentido a una comunidad creada por lectores y escritores para lectores y escritores tan genial como “bookstagram”.

«La estupidez no tiene fronteras, pero al estúpido hay que ponerle límites».

Albert Einstein

Cuando se premia la poesía

No ha sido este Nobel de Literatura tan comentado como lo fue el de Bob Dylan y, si no me equivoco mucho, pasará más o menos desapercibido, pero quiero quedarme con el mensaje: se ha premiado la poesía.

Quizá Louise Glück no sea la mejor poeta del momento (yo no he leído más que un par de poemas, no os voy a engañar) ni, por lo tanto, quien más lo mereciera. Quizá haya, como siempre en estos premios, haya intereses de uno u otro tipo. Quizá, se cubran esos “cupos” de llevar años sin premiar la poesía, desde 1996, con la polaca Wislawa Szymborska (sin entrar en si Dylan es poeta o no). Quizá, quizá, quizá… Lo que está claro es que premiar la poesía y a una poeta en el premio de literatura más importante del mundo es todo un acierto y un hecho que tengo que agradecer.

Ya sabéis lo que me gusta la poesía, la importancia que le doy y lo que me esfuerzo por darla a conocer todo lo que pueda e intento que se lea (o se escuche) todo lo posible. Además, por una razón u otra (y con algunas excepciones), me suele llegar más la poesía escrita por mujeres (Francisca Aguirre, Ángela Figuera Aymerich, Gloria Fuertes, Elsa López o mi última “adquisición”, Raquel Lanseros), así que premiar a una poeta es, para mí, doble premio. 

Es verdad que, como he dicho alguna vez, suelo leer poesía escrita en castellano, como a la también premiada Gabriela Mistral (no olvidemos, tampoco, a los premiados Vicente Aleixandre y Juan Ramón Jiménez), pero, tanto para mí como para quien quiera descubrir o acercarse un poco más a la poesía, buscar en la obra de esta autora será un pequeño regalo y, quiero creer, pondrá a la poesía en el lugar que le corresponde, al menos durante un tiempo.

Lo importante es que no se deje morir a la poesía. Que siga viva. Porque, si la poesía muere, morirán el resto de géneros.

“Terrible sobrevivir 

como conciencia,

sepultada en tierra oscura”.

Louise Glück, “El iris salvaje”

Por eso leo y releo a los mismos y mismas poetas

Ya sabéis lo importante que es para mí la poesía. Ya sabéis lo en serio que me tomo escribirla y, aunque esto pueda sonar raro, cuánto me esfuerzo en leerla. En buscar poetas de quienes aprender (o preguntar a quien sé que puede asesorarme al respecto). Me encanta leer poesía, eso ya lo he dicho y enseñado muchas veces, por eso me tomo mi tiempo en buscar a quién leer y, también, a quién no.

Porque, tan cierto es que me encanta leer poesía buena como que detesto encontrarme con poesía mala o con “nuevas voces poéticas” que escriben “poemas” como si estuvieran haciendo churros.

¿Qué es bueno y qué es malo? ¿Quién lo decide? ¿Quién eres tú para acoger o rechazar poemas y poetas? ¿Qué es poesía y qué no lo es?

El eterno debate, más aún en nuestros tiempos. Tantas veces me han hecho esas preguntas cuando hablo de este tema…

No creo que descubra la pólvora cuando afirmo (como lo hace tantísima gente) que la literatura está, hoy en día, bastante contaminada. Pensad en no hace tantos años, cuando costaba tanto ser publicado (podemos irnos al caso de J. K. Rowling), cuando costaba tanto asentarse como autor o autora. Había algunos casos debatibles, pero eran más bien pocos. Y los autores y autoras que han perdurado son quienes son. Imaginaos esto mismo, pero en el campo de la poesía. Qué pocos poetas son recordados, pero qué nombres más inmensos tienen. 

Pensad en el panorama literario actual. Buscad un poco en redes sociales. Plagadas de “autores” y “autoras”. Cualquiera que tenga el tiempo de juntar letras hasta completar un libro (sí, completar), es autor. Si, además, esa persona tiene el apoyo de hordas de seguidores incapaces de ser críticos y decir que el libro no vale ni para calzar una mesa coja (sin perder la cordura) o de haber pasado por algún reality de televisión que poco o nada tiene que ver con la literatura (sin que nunca lo llegaran a imaginar), puente de plata. 

Por eso, me reafirmo en buscar y leer poesía de verdad, no productos de marketing o de egos insoportables. Por eso, leo y releo a los y las poetas que saben lo que escriben porque lo conocen, porque lo respetan y porque se dejan la piel en encontrar el lenguaje y los recursos apropiados para considerarse poetas (y no tantos orgasmos y folleteos absurdos plagando versos vacíos).

Por eso sigo leyendo, entre otros, a estos que traigo hoy. A Manuel Francisco Reina. A Francisca Aguirre. A Gloria Fuertes. A Ángela Figuera Aymerich. A Raquel Lanseros. Porque ellas y él son poetas buenos que escriben buena poesía. Y eso, amigos y amigas, es irrebatible solo con leerlos.

Curso escolar 2020-2021

Como muchos veríais ayer (domingo, 16 de agosto), El País Semanal puso en portada “El desafío de los profesores ante la pandemia”. Un reportaje que ahonda en cómo fue el final del curso pasado desde el confinamiento hasta su final y en cómo algunos docentes vemos, con mucha preocupación, cómo puede ser este que está casi al caer.

Es un reportaje bastante amplio en el que se tocan muchos temas importantes, pero, como había que repartir el tiempo y el espacio entre todos los que participamos, se me quedaron algunos puntos que tratar. Por eso, esta entrada.

Para quienes no lo leyerais, si os interesa, os dejo el enlace:

https://elpais.com/elpais/2020/08/11/eps/1597146268_131560.html 

También por si no podéis acceder al reportaje escrito por tema de suscripciones, os dejo en enlace de YouTube al vídeo:

En primer lugar, que quede claro que no va a ser una entrada con colores políticos. De la política (y de los políticos) tengo mi opinión y me decanto hacia un lado, obviamente, pero mi intención con esta reflexión no es enfrentar a bandos de un color con los del otro. Además, como en este tema ni el gobierno central ni los autonómicos (de quienes depende la educación) han estado a la altura, no tendría mucho sentido debatir sobre quién lo está haciendo peor o quién tiene más responsabilidades.

También quiero dejar claro que ese desafío que da nombre al titular no nos atañe solo a los profesores. Tal y como les digo a mis familias en las reuniones al inicio de cada curso, la educación no tiene sentido si no se hace en equipo: centros escolares y familias; así que el desafío, tal y como se vio de marzo a junio, también es para ellas. Si voy más allá, y creo que es algo evidente, tampoco es solo un tema de profesores y familias. Nuestro trabajo se ha visto frente a un reto enorme no solo por el hecho de cómo afrontar esta situación (como ha ocurrido en, prácticamente, todos los sectores), sino porque trabajamos con niños que (disculpad la obviedad) “pertenecen” a unas familias y porque esas familias tienen unos trabajos y necesitan del tiempo en que sus hijos están en el colegio para desempeñarlos. Y ese, el de las complicaciones para la conciliación, ha sido (y será) uno de los grandes problemas que hemos enfrentado y enfrentaremos.

Antes de hablar un poco sobre cómo veo, con la información que tengo, el próximo curso, quiero hacer algo más de hincapié en lo que ya dije en el reportaje. Quienes conocen cómo trabajo (en primer lugar, mis alumnos y alumnas, sus familias y mis compañeros y compañeras) saben muy bien la forma en que entiendo la educación en edades tan tempranas (salvo nuevas noticias, suelo cubrir casi la totalidad de mi horario en primero y segundo de primaria). Por eso, saben que mi máxima preocupación cuando los colegios cerraron fue la estabilidad emocional de mis peques y de “mis” familias. En eso me volqué, movido, también, por mi colegio, que, con sus aciertos y sus errores, sí vio claro que lo emocional era lo más importante. Nunca me preocupó demasiado que se perdieran ciertos contenidos, que no pudiéramos terminar los libros (ese es otro tema con el que me alargaría bastante más) o que algunos conocimientos teóricos no llegaran de la mejor forma posible. Nada de eso es insalvable en estas edades. Lo emocional sí puede serlo. Yo siempre educo desde el cariño, desde el abrazo, desde la igualdad y el respeto, desde la ayuda en la gestión de las emociones… Desde el grupo. Eso es, para mí, lo más importante de la primaria (sobre todo, de los primeros cursos) y eso fue, precisamente, lo que más perdieron al no poder acudir al cole.

Por suerte, los y las peques nos han dado a todos y todas una lección enorme y me alegró mucho ver que estaban llevando la situación casi mejor que nosotros y nosotras. He de decir, también, que las familias del grupo que dejé en junio han estado de diez, volcadas en esa estabilidad emocional de sus hijos e hijas, haciendo malabares para que realizaran las tareas, superando la altura a la que siempre estuvieron. Esto no quita que las familias se hayan estresado, se hayan desesperado, se hayan frustrado, agobiado, enfadado… Su papel de padres, trabajadores (algunos y algunas) y “profes de apoyo” era muy complicado, por eso hablo de que el desafío es, también, para las familias.

Dicho todo esto (y no pensaba enrollarme tanto), hoy, a día 17 de agosto de 2020, comparto con vosotros y vosotras mis impresiones para la vuelta al cole que tan en boca de todos puso El Corte Inglés con esa brillante (apréciese el sarcasmo) campaña publicitaria (eso sí, si lo que buscaban era eso, estar en boca de todos, se habrán felicitado).

Lo primero que tengo que decir es que cada vez es más evidente que la educación, en España, importa lo justo. Se oye hablar (sin cesar) del ocio nocturno, del turismo, de si se puede o no se puede fumar en terrazas (ojalá lo prohíban, pero para siempre), de las residencias de mayores, de eventos deportivos, de aforos en bares, restaurantes y espectáculos varios… ¿Qué pasa con la vuelta al cole? Si no hubiera sido por esa campaña de El Corte Inglés, quizá no se habría hablado nada. E, insisto, estamos a 17 de agosto.

¿Nadie está preocupado? Y, lo que es peor, ¿nadie está ocupado en ello?

Desde el Ministerio de Educación lo único que se aporta es, básicamente, que cada comunidad autónoma se las apañe como pueda, para lo que da unas recomendaciones bastante vagas y para las que no era necesario ni redactar un documento, además de ser, en ocasiones, bastante complicadas (si no imposibles) de implementar. Lavado de manos, mascarilla, primar la educación al aire libre (¿?), ventilar los espacios, escalonar las entradas y los patios, evitar el contacto y, atención, garantizar una distancia en clase de metro y medio. No sé cuántos colegios han visto, pero que me expliquen cuántas aulas admiten a veinticinco (o más) niños y niñas separadas por un metro y medio. Porque, sí, se propuso bajar las ratios (algo fundamental, en mi opinión, no solo en tiempos de pandemia, aunque esta situación lo ponga aún más en evidencia), pero las comunidades pusieron el grito en el cielo con esa frase tan repetida por los políticos cuando se refieren a educación: “no hay dinero”.

Desde las consejerías de educación de las distintas comunidades autónomas, la pelota pasa a estar en los centros educativos. No sé si habéis visto que ha habido algunos equipos directivos que han dimitido en bloque al verse superados por una situación que no tendría que depender única y exclusivamente de ellos, tal y como ocurre. Organizar espacios. Retorcer horarios. Establecer todas las medidas que puedan (mamparas, geles, mascarillas, cartelería…). Reubicar a profesores. Y todo, por supuesto, por el mismo precio.

En Madrid, que es la comunidad en la que trabajo, os cuento las propuestas para la vuelta al cole, sacadas de la Consejería de Educación y Juventud (citaré literalmente).

“El inicio de curso se hará con normalidad si la situación sanitaria lo permite”.

¿Cómo os quedáis? “Con normalidad”. ¿Qué normalidad? “Si la situación sanitaria lo permite”. La misma situación que nos deja unas cifras de contagiados bestiales, con focos por todas partes, con hospitales que ya empiezan a colapsar (este, el de la sanidad en Madrid, es otro tema que también tiene lo suyo), con nuevas medidas casi a diario para limitar los contactos y los posibles contagios, con grupos de personas manifestándose en la Plaza de Colón, sin mascarilla, al grito de «¡libertad!» y de «bote, bote, bote, aquí no hay rebrote»… ¿De verdad creen que esta situación sanitaria va a permitir un inicio de curso con normalidad? Han tenido que cerrar campamentos de verano con grupos muy reducidos y uno o dos monitores… ¿De verdad piensan que no va a pasar lo mismo cuando colegios que, como el mío, tienen seiscientos alumnos y unos cuantos profes solo en primaria? ¿De verdad alguien piensa que estamos en esa situación?

Tras esta propuesta brillante, siguen tres posibles escenarios, con sus correspondientes medidas:

Escenario I: Presencialidad y medidas extraordinarias de higiene.

En este escenario (para el que ni siquiera dan las condiciones qué implicarían olvidarnos de esa “normalidad” salvo por un banal “según la evolución de la pandemia”), todo lo que se plantea para primaria es: grupos estables de convivencia (léase “encaje imposible de bolillos”) y “se incentivará el uso de plataformas educativas, materiales digitales y dispositivos electrónicos con el fin de consolidar la transformación digital”. Ya está. Sí, sí, eso es todo. Ni siquiera merece la pena hablar de la brecha digital…

Escenario II: Semipresencialidad.

Para que se dé este escenario sí son más claros (sarcasmo, de nuevo). “Se plantea en caso de un empeoramiento de la evolución de la crisis del Covid-19, respecto de la situación actual”. Qué concisión, qué clarificador, qué útil… Aquí también hay más medidas (me sigo centrando solo en primaria), y os van a encantar:

Reducción de los grupos según dos criterios: distancia de metro y medio y convivencia estable de veinte alumnos (léase “tetris imposible y encaje de bolillos aún más imposible»). Para rematar su brillante plan, añaden una “organización en espacios alternativos en el centro o espacios municipales” (sin información alguna al respecto de esos espacios municipales) y “flexibilizar horarios y materias”. ¿Alguien me explica qué pasa con los centros que no dispongan de espacios suficientes y cómo se van a reducir los grupos sin esos espacios y sin más docentes? ¿De verdad nadie ve que están planteando un imposible? Contar con espacios que no se tienen, con personal que no se va a tener y con una flexibilización de horarios y materias complicadísima y que implicaría, además, que las familias también tuvieran que flexibilizar sus horarios es, simplemente, un absurdo.

Escenario III: Confinamiento.

Como estarán tan contentos con lo bien que han actuado durante el primer confinamiento (o mucho cambia todo o será el primero de varios), tan solo hablan de “teletrabajo”, “centro tres días abiertos tras el confinamiento” y “conectividad y dispositivos de alumnos/alternativas”. Vamos, que la pelota sigue en el tejado de la voluntad y disposición de los centros educativos y sus equipos directivos y docentes, porque la consejería no aporta NADA. Para comentar lo planteado para primaria en este último escenario, sus planteamientos son “clases diarias en línea y deberes” y “flexibilidad en currículos y horarios”. Todo esto, por supuesto, en manos de los profes. ¿Cómo iban ellos a perder tiempo diseñando nuevos currículos adaptados a esta nueva situación o pensando en soluciones? Mucho mejor decir “que los centros hagan todo lo que puedan, bajo su responsabilidad”, ¿no os parece?

Eso es todo lo que las autoridades educativas aportan a nivel nacional y a nivel de Comunidad de Madrid. ¿Tenéis todos y todas la impresión de que eso y nada es lo mismo, o lo pienso yo solo? ¿Tenéis todos y todas la impresión de que septiembre va a ser un caos absoluto, o lo pienso yo solo? ¿Tenéis todos y todas la impresión de que van a ir cerrando un centro tras otro nada más empezar el curso, o lo pienso yo solo? ¿Tenéis todos y todas la impresión de que no van a hacer nada más, de que seguirán improvisando y trasladando toda la responsabilidad a los centros escolares, o lo pienso yo solo?

De verdad, la solución (teniendo en cuenta la complicación de la situación que vivimos y que la solución perfecta no existe) es muy sencilla: recursos. Recursos en forma de nuevos espacios para poder disminuir las ratios. Recursos en forma de contratación de docentes para ocuparse de esos nuevos grupos y poder garantizar, así, esa creación de “grupos estables de convivencia”. Recursos en forma de tecnología, porque ni todos los centros ni todos los docentes ni todas las familias tienen igualdad de condiciones y, si el sistema educativo no es capaz de igualar esas diferencias… ¿para qué sirve? Pero, imagino, sabéis la respuesta, ¿verdad? “No hay dinero”.

Ahora, os pregunto, ¿conocíais esta información? Porque hay que escarbar un poquito para encontrarla… No, amigos y amigas, la educación no tiene la importancia que tendría que tener. Nunca la ha tenido y, o mucho cambia todo, nunca la tendrá.

Mientras tanto, yo sigo preocupado por cómo será todo; por cuánto se verán perjudicados y perjudicadas los y las peques, sobre todo en lo emocional; en cómo de alto será el grito de esa parte de la sociedad que entiende la escolaridad como la única forma en la que “deshacerse” de sus hijos e hijas durante el tiempo necesario; en cómo de alto será el grito de las empresas que sigan obcecadas en que la presencialidad es imprescindible cuando no lo es; en cuántas serán las excusas y contradicciones de las autoridades educativas; y, entre otras muchas preocupaciones, en cuánto tardarán los centros educativos, como los hospitales, en colapsar. Han tenido desde marzo, con todo el verano incluido, para dejar todo bien atado. Ahora entrarán las prisas y no dará tiempo a organizar un nuevo curso que viene con curvas…

Por lo pronto, me quedan dos semanas para terminar de relajarme, para seguir liberándome del estrés acumulado, para retomar energías, porque las necesitaré. Porque, sí, los profes hemos trabajado, y mucho. Nos hemos dejado la piel y los nervios para que las carencias educativas y emocionales fueran las mínimas, además de volcarnos en ser un apoyo para unas familias (con razón) desbordadas. Y nos hemos estresado. Mucho. En mi caso, un lumbago, un cuadro leve de ansiedad, algo de insomnio y unas semanas con hipertensión lo evidencian.

Para terminar, solo puedo enviar ánimos para todos y todas. Por supuesto, a la comunidad educativa (compis, estamos solos), pero, también, al resto de sectores (la idea de esta entrada no es anteponer mi trabajo a todos los demás), que, de igual modo, han sufrido y sufren las consecuencias devastadoras de este horror. Y, también, a las familias con hijos o hijas en edad escolar. Como siempre les dije a mis familias, aunque no existe la receta perfecta, todo será más sencillo con empatía, con comprensión y con colaboración.

Nota:

Reportaje: Guillermo Abril

Vídeo: Jaime Casal

Fotografías: Sofía Moro

“La educación es lo que sobrevive cuando todo lo demás se ha olvidado”.

Burrhus Frederic Skinner

Crítica: A las órdenes del viento

Título: A las órdenes del viento

Autor: Raquel Lanseros 

Editorial: Valparaíso

Hace no tanto que descubrí la poesía de Raquel Lanseros (gracias, Manuel) y, sin miedo a decirlo, puedo afirmar que ya es una de mis poetas contemporáneas favoritas.

Esta antología, con algunos de sus poemas publicados entre 2005 y 2015, es una muy buena muestra de la pluma poética de Raquel. Podría ponerle una infinidad de calificativos (todos positivos), pero creo que es mejor deciros lo que me ha gustado con un hecho concreto. Como algunos y algunas sabéis, siempre que leo poesía, tengo post-its para marcar los poemas que más me gustan, para volver a ellos siempre que lo necesite. Veinticinco han sido los que he usado. En una colección de cuarenta y seis poemas. No os confundáis. Esto no quiere decir que haya veintiún poemas que no me hayan gustado. No son poemas para decir “no me gustan”. Lo que quiere decir es que ha habido veinticinco poemas que me han encantado. Que me han hecho cerrar el libro para volver a leerlos. Que he leído varias veces. Que me han pellizcado el alma. Ya sabéis que soy muy estricto con la poesía, así que entenderéis que marcar la mitad de un poemario con post-its no es lo normal… Enhorabuena, Raquel.

Tiene este libro, además, algo que hace que me guste más aún. Con las antologías, a veces, me pasa que me quedo corto o que me sobran la mitad de los poemas. Las recibo con cautela, sin saber muy bien si me pasará una cosa o la otra. Esta colección está muy bien hecha. Es una muy buena muestra de la poesía de su autora. Si en “Matria” me cautivó en un solo libro, con este puñado de versos de otros de sus poemas puedo decir que me ha enamorado por completo. En esta sociedad actual en la que todo el mundo escribe “poesía”, qué bueno es esto de encontrar poetas de raza actuales.

Además, insisto, cuando puedes cruzar algunos mensajes con el autor o la autora por redes sociales y solo recibes agradecimiento, humildad y cariño (como me ha ocurrido con Raquel), la figura de, en este caso, dicha autora se engrandece aún más. Qué bueno “tenernos”, Raquel, aunque sea de esta forma tan leve.

Dicho esto, voy con mi análisis con lo que más y lo que menos me ha gustado del libro.

Puntos fuertes:

El estilo poético: es el mismo punto con el que inicié la reseña de “Matria”, pero tengo que ratificarme en él. En mi opinión de aprendiz de poeta, la poesía es el género más complicado (por eso, entre otros motivos, me horroriza esa pseudopoesía que está, por desgracia, tan al alcance). Más complicado aún es, en mi opinión, escribir buena poesía con sencillez (o haciendo que parezca sencillo). Esos son, para mí, los poetas de verdad. Los que llevan la poesía en los latidos. Los que riegan, con su tinta, los corazones de quienes amamos leer este género, raíz de todos los demás.

“Quedarme” con Raquel: en los tiempos que corren, es difícil encontrar en el panorama nacional poetas actuales que me gusten tanto. A Raquel ya “me la quedo”. Por su maestría poética, por supuesto, pero, también, por el tipo de persona que me ha demostrado ser.

Lo que más me ha gustado: confirmar que lo de “Matria” no es una casualidad. Que Raquel Lanseros es una pedazo de poeta. Para muestra, algunos de los versos que más me han gustado de esta colección:

De “Doña Juana”:

“También conoce el riesgo porque ha visto

el abismo insondable que se extiende

justo donde comienza el desamor.

[…]

Es capaz de apostar todo su reino

por un segundo de ojos infinitos

por una infusión lenta de su alma

                               en medio de las almas”.

 

De “Invocación”

“Engáñenme los cantos de sirenas,

tenga mi alma siempre un pellizco de ingenua.

[…]

Llore yo todavía

  por sueños imposibles

    por amores prohibidos

       por fantasía de niña hecha añicos”.

 

Compartiría muchos, muchísimos más, pero os va a tocar comprar el libro, que los poetas no viven del aire… jeje.

Lo que menos me ha gustado: este es uno de esos pocos libros a los que no pongo pegas. Hay poemas que me han gustado algo menos, obviamente, pero no le cambio ni una coma. Muy, muy buena colección. Os la recomiendo con la certeza absoluta de que os va a encantar. 

¿Conocéis a la autora? Si no es así, ¿buscaréis leer algo suyo?

¡Un abrazo!

“Sólo quien ha besado sabe que es inmortal”.

 “Entonces me besaste”, Raquel Lanseros