No ha sido este Nobel de Literatura tan comentado como lo fue el de Bob Dylan y, si no me equivoco mucho, pasará más o menos desapercibido, pero quiero quedarme con el mensaje: se ha premiado la poesía.
Quizá Louise Glück no sea la mejor poeta del momento (yo no he leído más que un par de poemas, no os voy a engañar) ni, por lo tanto, quien más lo mereciera. Quizá haya, como siempre en estos premios, haya intereses de uno u otro tipo. Quizá, se cubran esos “cupos” de llevar años sin premiar la poesía, desde 1996, con la polaca Wislawa Szymborska (sin entrar en si Dylan es poeta o no). Quizá, quizá, quizá… Lo que está claro es que premiar la poesía y a una poeta en el premio de literatura más importante del mundo es todo un acierto y un hecho que tengo que agradecer.
Ya sabéis lo que me gusta la poesía, la importancia que le doy y lo que me esfuerzo por darla a conocer todo lo que pueda e intento que se lea (o se escuche) todo lo posible. Además, por una razón u otra (y con algunas excepciones), me suele llegar más la poesía escrita por mujeres (Francisca Aguirre, Ángela Figuera Aymerich, Gloria Fuertes, Elsa López o mi última “adquisición”, Raquel Lanseros), así que premiar a una poeta es, para mí, doble premio.
Es verdad que, como he dicho alguna vez, suelo leer poesía escrita en castellano, como a la también premiada Gabriela Mistral (no olvidemos, tampoco, a los premiados Vicente Aleixandre y Juan Ramón Jiménez), pero, tanto para mí como para quien quiera descubrir o acercarse un poco más a la poesía, buscar en la obra de esta autora será un pequeño regalo y, quiero creer, pondrá a la poesía en el lugar que le corresponde, al menos durante un tiempo.
Lo importante es que no se deje morir a la poesía. Que siga viva. Porque, si la poesía muere, morirán el resto de géneros.
“Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura”.
Louise Glück, “El iris salvaje”