Crítica: País de nieve

Título: País de nieve

Autor: Yasunari Kawabata

Editorial: Austral

Ya sabéis lo que me gusta la literatura asiática y que, de vez en cuando, necesito leerla. Me ha vuelto a ocurrir.

El caso es que no era este el libro que iba a leer, sino “Mis días en la librería Morisaki”, de Satoshi Morisaki, pero me lo pidió un amigo y se lo tuve que dejar (siempre está bien ayudar a que los amigos lean más de lo que leen). Al menos, por suerte para mí, hace tiempo pasé por una librería y me hice con este Kawabata, un autor japonés al que (creí) tenía que leer. Resposó un tiempo en casa hasta que, aprovechando la ocasión, me puse con él.

Me ha gustado, sí. No creo que vaya a descubrir yo la calidad literaria de Kawabata, pero he de decir que se me ha hecho un poco largo, y eso que es una historia más bien breve. Toda esa lentitud, esa pausa, ese transcurrir sin prisas de la literatura japonesa que tanto aprecio, aquí se me ha atragantado un poco. Quizá porque pasa poco, demasiado poco. Quizá porque ninguno de los dos personajes me ha parecido tan potente como para entrar de lleno en la historia. No lo tengo del todo claro, pero solo puedo decir que me ha gustado, sin más.

Lo bueno es que, como me ocurre casi siempre que leo libros que ocurren en otros lugares, me he ido un tiempo (mentalmente, por desgracia) a ese país de nieve, a esa estación nevada donde las geishas dan sentido al frío. Ese viaje sí ha merecido la pena.

Lo que más me ha gustado: además del viaje, que me ha servido a la perfección para saciar esa sed asiático que sufro de vez en cuando.

Lo que menos me ha gustado: las páginas que me han sobrado. Seguramente, si hubiera sido una historia más breve, me habría gustado muchísimo más.

–Todo se rompe en pequeños fragmentos –respondió Shimamura, pensativo.

–Hasta la propia vida, y a no tardar –completó Komako.

País de nieve, Yasunari Kawabata

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Crítica: Las ballenas de 52 hercios

Título: Las ballenas de 52 hercios

Autor: Sanoko Machida

Editorial: Hermida Editores

Premio de los Libreros de Japón

Que la literatura asiática me fascina no es nada nueva. Que tuve mi momento de “fiebre asiática lectora” en la que solo leía literatura de escritoras asiáticas (creo recordar que solo leí un Murakami y que el resto eran mujeres) ya lo he contado varias veces. Y la fiebre, ya se sabe, vuelve de vez en cuando, aunque sea en ráfagas fugaces.

Eso es lo que pasó aquí, que me dio un leve brote de fiebre.

El libro, como otras tantas veces, me estaba esperando. Fue en Taiga, antes de ver la presentación que hizo allí Guillermo Borao de “La sastrería de Scaramuzzelli”. Me paseé por las estanterías y allí estaba, mirándome (literal, como si tuviera ojos), esperando a que lo agarrara y diera buena cuenta de él. Incluso me pareció escucharle decir que lo leyera pronto y, por supuesto, que lo reseñara.

Y yo, ya sabéis, cuando los libros piden… voy con todo. Qué flojo soy…

Fuera bromas, el libro sí estaba en Taiga, con la cubierta bien visible, con ese precioso amarillo, el nombre claramente japonés de la autora, con ese título tan magnético, con el apoyo de ese premio de los libreros japoneses… ¿Qué iba a hacer?

Tuve que dejar en espera los setecientos cuarenta y tres mil quinientos doce libros pendientes que tengo, pero lo he leído en unos pocos días. Menos mal que los largos trayectos en metro al trabajo puedo hacerlos leyendo y se me pasan en un suspiro.

Y qué bonito. Qué duro. Qué sutil. Qué manera tan elegante de narrar unos hechos tan grises. Porque la esencia del libro (al menos, en mi opinión) es la soledad a la que algunas personas se ven (nos vemos) empujadas algunas veces a vernos, sentirnos y/o querernos solos; esas vivencias que nos hacen una heridatan profunda que nos ahogamos en ellas y no logramos alcanzar sus bordes; esos surcos que nos agrietan la piel hasta convertirla en un desierto. Todo contado como solo saben hacer los autores japoneses. Y en toda esa tristeza, en todo ese dolor, en todo ese sufrimiento… el lenguaje, la armonía de las palabras, la esperanza en los pequeños detalles, en esas pocas personas que nunca fallan, en la fe en uno mismo.

A la voz de Sonoko Machida no le pasa como a las ballenas de las que habla, esas cuyas voces no pueden ser percibidas. Su voz es potente, seductora, atraviesa cualquier océano que se le ponga por medio.

Me ha encantado, no puedo decir otra cosa. Me encanta volver a la literatura oriental de vez en cuando y descubrir nuevas joyas, como esta.

Lo que más me ha gustado: viajar, como ocurre cuando se leen buenas historias que ocurren en lugares extraños. Y recordar. También recordar. 

Lo que menos me ha gustado: aquí tengo que mencionar dos puntos. Uno mío, personal, y otro ajeno a mí. El mío es que, entre los nombres y las fórmulas de cortesía japonesas, me he perdido un poco algunas veces. La que no tiene que ver conmigo es que he encontrado demasiados errores ortotipográficos (acentuación, puntuación, perífrasis verbales mal usadas, imperativos mal construidos, varios errores con las rayas en los diálogos…). No puedo evitar que me salga la vena de corrector y se me van los ojos a los fallos. No es que el libro esté plagado de fallos, pero sí hay más de los que pueden pasar como erratas.

“Aquella culpabilidad iba y venía como el oleaje”.

Las ballenas de 52 hectáreas, Sonoko Machida

Crítica: Kitchen, Banana Yoshimoto

Título: Kitchen

Autor: Banana Yoshimoto

Editorial: Tusquets

No sé por qué he tardado tanto en adentrarme más en la literatura oriental, pero, supongo, lo que cuenta es que, por fin, lo he hecho. Qué bien que no me he limitado solo a Murakami, porque estoy descubriendo verdaderas joyas.

Este “Kitchen” fue un regalo (otro) de Laura, la excepcional librera de “Amapolas en octubre” (escritora, también). Una mañana de paseo (una de las mejores medicinas que estoy auto-administrándome en esta etapa), quise hacerle una visita. “¿Qué te apetece”, me dijo. “ “Estoy completamente en modo oriental”, respondí. Me dio dos libros. “Territorio de luz”, de Yuko Tsushima (lo leeréen breve) y “Kitchen”. “Es maravilloso”, añadió. Como siempre, no lo dudé. Pocas libreras recomiendan tan bien como esta vendedora de amapolas y sueños. No me equivoqué. No se equivocó. Es absolutamente maravilloso.

El libro se compone de dos relatos. El primero, “Kitchen” es precioso y tiene tres protagonistas de los que es imposible no enamorarse. El segundo, “Moonlight shadow”, que no comprendí muy bien porque no fui consciente hasta que llevaba varias páginas de que el libro contenía dos relatos diferentes, lo es más aún. Más breve, más intenso y, sí, más precioso. Pocas veces un libro me ha emocionado hasta la lágrima, y este lo ha conseguido. También es verdad que toca un tema, el de la muerte de un ser querido, que me arrastra, pero qué bien lo trata. Qué forma más delicada tienen los autores orientales de hablar de la muerte. Un aprendizaje, desde luego.

Banana Yoshimoto no la conocía. Ya os digo que estoy empezando a interesarme más por descubrir autores orientales. Creo que la lectura, al menos para quienes leemos mucho, va por etapas. Que lo que disfrutábamos mucho hace unos meses no nos satisface tanto tiempo ahora. Que algo que no nos apetecía nada antes nos acaba obsesionando y buscamos leerlo todo lo posible. Que volvemos a eso que dejamos. Que dejamos eso a lo que habíamos vuelto. Yo soy muy de obedecerme en todo lo que puedo, y, si el cuerpo me pide literatura oriental, es justo lo que le voy a dar.

Por el momento, he leído, del tirón, a Aki Shimazaki, a Kim Thúy y a Banana Yoshimoto, y tengo esperando el que mencioné antes de Yuko Tsushima y otro de Thúy (autora vietnamita que me enamoró desde la primera palabra suya que leí). Y seguiré en esta línea hasta que se me rasguen los ojos, porque me está encantando.

Dicho esto, ahí voy con mi análisis.

Puntos fuertes:

El tema: no es un secreto que me gusta leer sobre la tristeza, sobre el dolor, sobre la muerte… Sobre temas que me sacudan, que me emocionen, que me hielen. La forma en que tienen los autores orientales de tratar la muerte es única. Lo bonito que escriben, el estilo tan cuidado que tienen y esa cultura que tanto me atrae hacen que sea sano leerlos, casi terapéutico. Para mí, lo ha sido. He visto a mi madre en cada página que he leído, y eso es un auténtico regalo.

La extensión: también estoy en un momento en el que no me apetece leer libros demasiado extensos. La extensión de estos dos relatos es perfecta. Casi son fábulas. Justo lo que necesitaba. 

La esencia japonesa: esto también lo sabéis ya. Sabéis que la cultura (y la literatura) japonesa me atraen muchísimo, y esta historia es muy, muy japonesa.

El lenguaje: como los buenos autores japoneses, Banana Yoshimito hace un uso precioso del lenguaje. Cuidado en las descripciones y en los diálogos. Poético. Genial.

La puntuación: esto puede ser algo un tanto trivial para algunos, pero yo soy muy, muy, muy pesado con la puntuación al escribir. Sobre todo, con las comas. Y esta traducción está muy bien puntuada, con todas las comas en su sitio, y eso me hace muy feliz.

Lo que más me ha gustado: claramente, haber podido revivir a mi madre a lo largo de todo el relato “Moonlight shadow”, para mí, mucho más potente que el propio “Kitchen”, que da título al libro. Qué regalo más bonito…

Lo que menos me ha gustado: por decir algo, el formato. No me gusta mucho leer en bolsillo, y es una edición funcional, pero nada bonita. 

Mi sensación final es que estoy encantado de poder disfrutar de estos autores tan lejanos en lo físico como en lo cultural, pero tan próximos en lo poético y lo literario. A ver lo que me dura esta “fiebre”, pero, el tiempo que dure, leeré y leeré libros que vengan de ellos y ellas, porque es una MA-RA-VI-LLA

“Mi manera de actuar, al enamorarme, siempre ha sido la misma: atravesar un sitio corriendo muy deprisa”.

Banana Yoshimoto, Kitchen

Crítica: Hôzuki, la librería de Mitsuko

Título: Hôzuki, la librería de Mitsuko

Autor: Aki Shimazaki

Editorial: Nórdica

Sí, sí y sí. MARAVILLA. Qué bien he elegido esta vez, después de la desilusión de mi última lectura. 

Por si os ayuda a encontrar lecturas (y creo que esto ya lo he comentado alguna vez), tengo en Instagram una carpeta donde guardo esos libros que me voy encontrando y me llaman la atención. Este, desde que lo vi, se vino a esa carpeta. Y qué bueno el momento en que esa publicación se me cruzó, porque… Insisto, qué preciosidad de libro.

Solo el título fue más que suficiente para convencerme, ya sabéis que me encantan los libros que ocurren en librerías. Que la autora sea japonesa, con lo que me gusta la literatura nipona. Esa portada tan bonita, con la garantía, además, de Nórdica. Y una primera frase que no desvelo aún porque la dejo para la cita del final de la entrada y que me terminó de asegurar que tenía que llevármelo a casa. No podía fallar.

Qué historia más bonita. Qué estilo más bonito (a pesar de la sobriedad de los novelistas japoneses). Qué personajes más impecables. Qué escenarios, donde destacan la librería y esos paisajes nevados. Qué de pequeñas sorpresas que se van desvelando a lo largo de las páginas y que mantienen un ritmo perfecto. Y qué final tan bien atado, tan circular, tan mágico.

Me lo empecé anoche, en la cama, y lo he terminado hoy, con el café de después de comer (y eso que tenía trabajo que hacer). A esto me refiero cuando digo que no hace falta alargar una historia sin más sentido que acumular páginas y que, en ocasiones, es negativo hacerlo. Que una buena historia necesita las palabras justas. Y que existen, como es el caso, libros breves que se leen en unas pocas horas y que son auténticasjoyas.

No será el último libro que lea de esta autora, os lo puedo asegurar.

Dicho esto, ahí voy con mi análisis.

Puntos fuertes:

El disfrute: como sabéis, venía de leer aburrido, forzando la lectura… Leer este libro ha sido un auténtico disfrute, desde que lo hojeé en la librería hasta que lo he terminado en el sofá con el sabor del café, pasando por el rato que leí metido en la cama. Cómo me gusta encontrar libros así y disfrutarlos tanto…

Los personajes: pocos, los justos, pero muy bien planteados. Cada uno, incluido Sócrates, el gato, con su importancia y su esencia y personalidad bien marcadas. Si uno solo de ellos fallara, la historia se quedaría a medias. Qué bien traídos, de verdad. 

La cultura japonesa: presente, muy presente, como en todo buen libro japonés. Me sigue atrayendo cada vez más este país y esta cultura y, hasta que pueda ir, tendré que conformarme con su literatura, que también me gusta cada vez más.

Descubrir una nueva autora: no llega muchísima literatura japonesa a España (esa es mi sensación, al menos, quizá tenga que investigar más), así que es un lujo saber que los libros de Aki Shimazaki están por ahí, esperándome.

Que aparezca Madrid: en realidad, es un detalle trivial, pero me ha hecho mucha ilusión que aparezca mi ciudad en una historia tan lejana en la distancia.

Lo que más me ha gustado: todo, de verdad. Os aseguro que me he quedado con una sensación maravillosa después de leerlo. Qué bonito es leer bonito.

Lo que menos me ha gustado: no haberlo leído con la nevada de hace unas semanas, porque el entorno habría ayudado (creo) a que me hubiese gustado aún más.

Mi sensación final es que lo voy a recomendar y regalar todo lo que pueda, porque quiero compartir esa sensación de la que os hablo. Os animo a buscarlo y a leerlo. Es una verdadera joya. 

“Coloco en el escaparate unos libros de ocasión que acabo de comprar. Son más o menos las cuatro de la tarde y empiezan a caer copos de nieve”.

Aki Shimazaki, Hôzuki, la librería de Mitsuko