Dos de las cosas que más me hacen estar feliz son, precisamente, los niños y los libros, y la idea de poder trabajar con niños, enseñándoles a amar los libros, y con libros dirigidos a niños es el mejor de los sueños convertidos en la más bella de las realidades.
Si, como maestros, hemos conseguido que nuestros alumnos dominen y (ojalá) amen la lectura, los acompañaremos en el reto de la escritura creativa, de la creación literaria, un proceso más complicado que el de la lectura pero que será más sencillo si hemos conseguido transmitirles esa afición por la literatura.
Si han aprendido todo lo necesario acerca de los textos escritos, primero como oyentes y, más tarde, como lectores habrán ido interiorizando esas normas tácitas, esas características de los distintos tipos de texto; tendrán modelos que seguir, estructuras que les servirán como amarres para no terminar perdidos en un océano salvaje de palabras y oraciones.
Por eso es tan importante adentrar a nuestros alumnos en la literatura desde pequeños, porque podrán tener un contacto temprano con los textos y, cuando vayan creciendo, tendrán unas herramientas implícitas en el proceso que les ayudarán a ser buenos escritores, aunque sus textos no sean literarios. El adjetivo “literario” acompañando a lectura o a escritura será el gran premio que nosotros, como maestros, obtendremos cuando alguno de nuestros niños muestre un interés y una sensibilidad especiales para la creación literaria. Si ese adjetivo le llega tan solo a unos pocos, al menos tendremos que intentar que los demás sean buenos lectores y buenos escritores sin más acompañamientos, sin que escriban poemas o cuentos, pero que sepan enfrentarse a un texto, ya sea como lectores o como escritores, y sepan ganar cada batalla con la mejor de las armas: el lenguaje.
“Escribir es devolver al mundo a su estado original, expulsarlo hacia el territorio de lo que aún no ha sido nombrado”.
Jorge Esquinca
Quizas la palabra «armas» en los puristas nos traslade a un signifacado negativo si no reflexinamos sobre el texto…pero ciertamente, cuando a un crío, desde el cariño, la comprensión y empatía, se le consigue hacer disfrutar con textos, con la escucha y/o con la lectura, se le está formando un nuevo contiente en su mundo interior…que bien adiestrado, podrá explorar,descubrir y con el tiempo, incluso hasta mostrarlo al resto. Poca experiencia tengo pero es común que lo que nos hace felices, solemos repetirlo, buscarlo…y es una de las claves a la hora del aprendizaje…eso si…no prentendamos que sean «buenos»…opino que con el mero hecho de serlo (lectores, escritores, creativos…) ya tienen un valor…la calidad en algunos casos es relativa y el viejo refran de «sobre gustos no hay nada escrito» lo deja claro… Sigammos en la senda, no solo lo intentemos…hagamoslo. un fuerte abrazo… y No me hagas pensar tan a menudo…
Precisamente por lo negativo de las armas, he querido incluir ese término en el título y en la propia entrada. Porque, si somos capaces de utilizar el lenguaje y las palabras como única arma, como única herramienta para «luchar» en la batalla que es la vida, las armas de verdad carecerán de sentido y de utilidad.
Gracias, David, por seguir el blog tan de cerca y por sacar siempre un momento para comentar las entradas.
Un abrazo.
buenísimo el texto. Mi punto de vista es desde el lector y puedo decir que la lectura si que nos sirve a quienes la practicamos para ver las cosas con mucha más perspectiva. Es nuestra forma de usar ese arma
Besos
Por eso mismo soy un defensor a ultranza del fomento de la lectura lo antes posible. No hay niño al que no le guste escuchar historias o, al menos, yo no lo conozco. Es muy sencillo aprovechar sus ganas de aprender para presentarles los libros como algo divertido, tanto al escucharlos como al leerlos y, quizás más tarde, escribirlos. Si sabemos utilizar bien el lenguaje, todo será mucho más sencillo a lo largo de la vida, no me cabe ninguna duda.
Me alegro de que te haya parecido interesante la entrada 🙂
Un millón de gracias por dejar un comentario.
Un besote.