Sobre ‘Hogares impropios’

Quienes me sigáis por redes, leáis mi blog o me hayáis escuchado hablar sobre literatura y poesía en alguna charla, entrevista, recital o en las entrevistas que hago en Radio off the record (que retomamos ya en breve), sabréis cuál es mi opinión sobre el mercado editorial actual y, de forma más específica, sobre la poesía actual.

Siempre he sido lector de poesía y siempre he escrito poesía, desde muy pequeño, porque pronto supe que era algo que me llamaba, algo que estaba en mí y que, algún día, aprendería y haría con cierta soltura.

Recuerdo leer, de niño, a Miguel Hernández, a Machado, a Lorca, a Gloria Fuertes… Y escuchar cómo mis padres me leían algunos poemas. Del mismo modo, recuerdo escribirle un poema a mi madre con rimas propias de mi edad como uno de los primeros textos escritos por mí de los que tengo recuerdo (en cuanto pueda, subiré el poema a las redes, para que veáis mis orígenes, jeje). Como he dicho en algunas ocasiones, ya desde bien pequeño, poesía, poesía y poesía.

Con el tiempo seguí escribiendo algunos versos, sobre todo impulsado por el concurso de mi instituto, el Felipe II de Moratalaz, con un equipo de profesores y profesoras de lengua maravilloso y de quienes guardo muy buen recuerdo (Isabel, Carmen, Pilar, Trini, Alicia…), siguiendo en contacto aún con alguna de ellas, que siguen mi carrera como escritor. Si no recuerdo mal, aunque sí recibí algún premio con mis poemas, nunca gané el concurso salvo en una ocasión, aunque fue con un relato. Lo que sí sé es que ese aliciente me hizo seguir buscando esa voz que seguía diciéndome que escribiera poesía.

Después, aunque siempre he ido escribiendo algunos textos, la poesía quedó algo apartada mientras me sacaba las dos carreras, trabajaba, pasaba un año en Florencia, dos en Londres y, sobre todo, mientras empezaba a publicar mis libros de cuentos y la novela de fantasía juvenil. Un periodo largo en el que escribí muy, muy poca poesía y en el que tampoco leí demasiada.

El siguiente momento importante para mi yo poético fue, sin duda, el confinamiento. Aquella locura que nos tocó vivir y ante la cual cada uno tuvo que buscar la forma de no perder la cabeza supuso, para quienes realizamos alguna labor creativa y tuvimos la fuerza suficiente, un empujón al vacío. Entre otros entretenimientos, me lancé a publicar un poema al día por Instagram, y lo mantuve durante muchos, muchos días. Hoy, los leo y, sinceramente, tan solo salvaría algunos versos y algunas imágenes, aunque tendría que meter tijera y sutura en todos ellos. Eso sí, como ejercicio de escritura poética fue brutal, porque me obligué a explorar(me), a observar(me) y a crear(me) a través de la poesía. Como aprendizaje fue un paso fundamental.

En esta época escribí un poemario adulto (el primero que he cerrado estando conforme, aunque es algo peculiar) que sigue en un cajón y del que ya os hablaré cuando le llegue el momento y, también, algunos poemarios infantiles que, por el momento, no encuentran su lugar.

En los últimos años había leído más poesía de lo habitual, pero fue aquí cuando me hice un lector voraz de versos. Tengo que destacar, una vez más, el papel fundamental de mi maestro, Manuel Francisco Reina, que, por suerte para mí, fue despiadado con mi poesía, me guio sin dirigirme, me iluminó sin cegarme con su luz; y, además, viendo cómo iba siendo esa voz poética mía que ya empezaba a vislumbrarse, me recomendó infinidad de poetas y poemarios que podrían ser, como lo ha sido siempre él, un aprendizaje. Leí a Francisca Aguirre, a Ángela Figuera Aymerich, a Elsa López, a Guadalupe Grande, a Alberti, a Blas de Otero, a Antonio Hernández, a Gamoneda, a Rilke, a Gioconda Belli, a Raquel Lanseros… A un montón de poetas que, sí, fueron maestros desde el papel y la tinta.

También, cómo no, quise profundizar en la filosofía y, según el tema del que tuviera pensado escribir, leí a Ortega y Gasset, a Cicerón, a María Zambrano, a Hannah Arendt… Qué necesaria es la filosofía. Cuánto se aprende de ella.

Con todo esto que cuento, mi voz poética se hizo una realidad. Por fin, con treinta y cinco años, me encontré. Y, por suerte, con esa misma edad, me encontraron.

En este 2021 tan horrible para mí en todo menos en lo literario, por fin, pude decir (no sin cierto pudor aún) que soy poeta.

En otro momento duro en mi vida, una baja por diversas enfermedades, me agarré a la poesía como mi mayor aliada, y, en esos meses nació “Escrito bajo las uñas”, el poemario con el que, como sabéis, gané el XV Premio Internacional de Poesía Antonio Galami primer reconocimiento como poeta. En este mismo año, la editorial Cuadernos del Laberinto me incluyó en esa preciosa antología de poesía breve que es “Laberinto breve de la imaginación”, rodeado de poetas a quienes leo y admiro.

En estos complicados años (y, ya, por fin, os hablo de “Hogares impropios”), mientras leía a poetas que me cortaban la respiración, vi que hay una corriente que ha tomado mucha (demasiada) fuerza en la poesía actual. Es un hecho (y hay que reconocerlo) que se está escribiendo algo que pretende ser poesía sin parecérsele apenasInfluencers, youtubers, cantantes, actores, actrices, famosos y famosas se han lanzado, con el beneplácito y el símbolo del euro en los ojos de determinadas editoriales, a escribir eso que yo llamo pseudopoesía, esas frases de azucarillo, esos textos misterwonderfulizados y creados a golpe de tabulador sin calidad, sin estudio, sin respeto y con muy poca calidad. Podría escribir muchos ejemplos y dar muchos nombres, pero os dejo esa tarea como entretenimiento. Al ver, horrorizado, esta tendencia me lancé a escribir algunos poemitas más como desahogo que como otra cosa, criticando esta situación. Al principio, los reuní bajo el título “La fe del converso”, aunque tampoco les hice demasiado caso. Los escribí, me desahogué, los olvidé.

Poco después vi que la Universidad Carlos III sacaba un premio de poesía en el que solo pedían 300 versos, así que revisé lo que tenía en cajones, encontré estos poemas, los retoqué algo y di forma a un poemario, ya bajo el título de “Hogares impropios”, que aparece en uno de los poemas. No lo gané. Eso sí, supe que tenía que mejorarlo y seguir intentando hacer algo con este poemario.

El siguiente paso fue ver que había otro premio donde podría encajar y que me valía por fechas, el Premio Provincia de Guadalajara de Poesía José Antonio Ochaíta. Eso sí, pedían un poemario de 500 a 1000 versos, casi el doble de lo que yo tenía, como mínimo. Me puse manos a la obra.

Retoqué lo que tenía. Eliminé algunos poemas. Leí (leí mucho). Escribí poemas nuevos. Leí (leí mucho más). Me exploré, me observé, creé… Y, en algo menos de 700 versos, “Hogares impropios” se cerró. Lo presenté al premio… y lo gané.

Y fui feliz. Muy feliz. Por el premio, por supuesto, por el reconocimiento que supone, porque es un nuevo empujón que me invita a seguir escribiendo poesía y, también, porque valida esta crítica que llevo tanto tiempo haciendo sobre esa corriente de poesía que no es poesía, de poetas que no son poetas, de esta evidente puesta en valor de la calidad (de seguidores y, por lo tanto, de ventas) ante la calidad, que importa cada vez menos y que nos ha llevado a un punto en el que ya ni se esconde.

El poemario, con un poema introductorio, se divide entres partes. “La voz poética”, que pretende ser un homenaje a la poesía de verdad, a los poetas de verdad; “La palabra que se recuerda”, que es una crítica a esa pseudopoesía actual; y “Ciegos para siempre”, que habla de las consecuencias de desabrazar a la poesía de verdad por abrazar esa nueva forma de escribir que ni siquiera considero poesía.

El premio lo recojo el 14 de enero en Guadalajara. Estoy viendo cuál es la mejor forma de que se publique, ya que las bases dan la opción a hacerlo con una editorial tradicional, en acuerdo con la Diputación. Saldrá, seguro. Lo compartiremos. Me muero de ganas.

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