Cuentacuentos en «Los libros salvajes»

¿Qué mejor que escribir entrada sobre el cuentacuentos de ayer en un día de lluvia? Además, son dos los puntos que quiero destacar de la experiencia tan bonita que vivimos, quiero haceros partícipes de esos aspectos porque yo los disfruté un montón.

Para quienes no lo sepáis, Marta Marbán de Frutos (mi querida ilustradora) y yo realizamos un cuentacuentos y un minitaller de ilustración en una librería preciosa en Villanueva del Pardillo.

El primero, la librería: «Los libros salvajes» es una de esas librerías que te hacen pensar que todas las librerías tendrían que ser así, y eso se debe a varios motivos. Es bonita. Está muy bien cuidada. Sus libreros son maravillosos, son gente que vive la literatura, que la disfruta y que disfruta recomendando lecturas y hablando de libros. Su clara decisión de hacer distintas actividades para que los libros cobren vida. Y, una razón que me encanta, huyen de esos libros que yo tanto critico de autores con tan poco mérito como ser famosos o muy potentes en redes. Prácticamente todo lo que venden es porque saben que es bueno. Difícil de encontrar hoy en día, ¿no creéis?

El segundo, Marta Marbán de Frutos: «qué buen tándem hacéis», me dijeron varias personas al terminar la actividad. Yo ya sabía (o eso me parece, al menos) que hacemos buen equipo en lo artístico. Ya sabéis que siempre digo que Marta entiende casi a la perfección lo que quiero expresar cuando escribo, realizando ilustraciones para mis libros que se amoldan a mis ideas sin tener casi que darle instrucciones. Ayer me di cuenta de que también funcionamos bien juntos en este tipo de actividades. Ella fue la narradora de «El cocodrilo que quería ser verde», un cuento incluido en mi libro «Las bufandas de Lina y otros cuentos animalados» que nos habla del racismo, del rechazo a lo diferente y de lo injustos que somos a veces por cuestiones de piel. Yo hice los personajes masculinos y Berta, la polivalente hija de Marta, hizo de Beli, la cocodrilo que aparece en el cuento. Por las caras de los niños (y de sus papás y mamás) y por cómo estuvieron de atentos durante el cuentacuentos, sé que lo disfrutaron. No contenta con eso, Marta realizó un pequeño taller de ilustración a partir de los garabatos que hacían los niños y niñas presentes. Sí, sí. Garabatos. Los voluntarios iban saliendo, hacían un garabato en el papel y Marta realizó un personaje con cada uno de ellos, dejándonos a todos con la boca abierta, sobre todo a los peques, que alucinaban al ver convertido en personaje su trazo descuidado. Para terminar, realizamos un sorteo de tres acuarelas originales de Marta (dos cocodrilos y un dragón), que fueron a parar a manos de los afortunados que compraron alguno de nuestros libros y lo ganaron.

Yo fui feliz durante esa hora, os lo puedo asegurar. Me siento muy cómodo entre niños y entre libros, así que imaginaos la inmensa suerte que tengo al poder dedicarme, precisamente, a las dos cosas que más me gustan del mundo. No sabéis la satisfacción que sentí al escuchar por parte de varias personas que la actividad había sido preciosa, que sus peques (y ellos mismos) la habían disfrutado muchísimo, que ojalá se hicieran muchas más actividades así y que se nota que me gusta lo que hago. No me gusta, me encanta. Quizás esa sea la razón de mi estabilidad, o una de ellas, al menos. Ojalá salgan muchas actividades así. Ojalá los niños y los libros me sigan rodeando de por vida.

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