Título: El pequeño Ikigai
Autores: Francesc Miralles y Héctor García
Ilustraciones: Xuan Loc Xuan
Editorial: Destino (Planeta)
Un día me llevé la feliz sorpresa de que la cuenta @teenplanetlibro (la cuenta de libros para jóvenes del grupo Planeta) me seguía en Instagram y me escribía para decirme que querían enviarme este libro, pues pensaban que me podría gustar mucho. Como supondréis, les dije que sí (además de darles las gracias varias veces, pues la ocasión lo merecía).
He de decir, ya que siempre soy sincero en mis reseñas, que no es el tipo de libros que, por elección propia, leería. El mundo de los manuales de auto-ayuda, del coaching, de las teorías sobre cómo ser feliz o cómo hacer en la vida para que sea una vida disfrutada me suele echar para atrás.
Por lo tanto, empecé este libro con algunos recelos, aunque con ilusión y tratando de dejar de lado los prejuicios.
Por suerte, no siempre se tiene razón.
Por suerte, cosas que creemos no nos gustarán acaban por gustarnos, suponiendo algo distinto e inesperado, lo cual siempre es de agradecer.
Me ha gustado, sí. Lo he disfrutado. Es una lectura muy sencilla, en clave positiva (necesaria, en mi opinión, en los tiempos que corren), sin ser pretenciosa ni tratar de dar lecciones morales ni hacer juicios de valor(esas dos intenciones no suelen encajar mucho conmigo). Es una lectura bonita, en definitiva.
Los autores no “hablan” en términos de “no hagas esto porque te equivocas y serás un infeliz” ni “tienes que hacer lo que te decimos porque tenemos todas las claves para darle a tu vida el giro que necesita, aunque no te conozcamos” (si hubiera sido así, habría dejado la lectura a la cuarta página). Tan solo (y no lo digo como si fuera algo sencillo) hablan de sus experiencias vitales, así como las de algunos personajes importantes en la historia, para dar algunas pinceladas de cómo nosotros mismos podemos tomar las decisiones que mejor puedan irnos para que nuestra vida sea una vida feliz, una vida que podamos disfrutar. Y, en mi opinión, aciertan con los ejemplos, con los consejos, con las “tareas” que plantean.
Tanto el concepto del ikigai como la filosofía que el libro muestra son muy interesantes. Mensajes como el de tratar de conocernos mejor, de vivir con más pausa (esa “lentitud activa”), de aprender a habitar el mundo y no solo a ocuparlo (un concepto clave en la filosofía, por ejemplo, de Heidegger que me encanta y que he estudiado para escribir mi poemario “Escrito bajo las uñas”, XV Premio Internacional de Poesía Antonio Gala), de intentar ser de la forma en que nos gustaría ser para poder, así, rodearnos de personas con las que nos gusta estar son mensajes, también, acertados y muy potentes.
Me gusta, también, que se hable de que no todos valemos para hacer algo en concreto y que tenemos que ser objetivos con nosotros mismos y tener los pies en la tierra. Muchos de estos libros y los mensajes que se lanzan en ellos son un tanto suicidas, en el sentido de que no ofrecen una visión realista de eso de perseguir los sueños. Siempre he dicho (y lo seguiré haciendo) que, por mucho que nos guste algo, hay que ser sensatos y saber si valemos o no para dedicarnos a ello. Por ponerme de ejemplo, a mí me encanta cantar, y lo hago en todas partes (en la ducha, en el cole, en casa, en el coche…), pero sé que no tengo una voz portentosa como para dejarlo todo y luchar por el sueño inalcanzable de ser cantante, llenar estadios y teatros y vivir de ello. En el mundo artístico, el ego es un enemigo interior que muchos no ven, y eso es peligroso. Si nos dejamos arrastrar por él, estaremos perdidos. Y, del mismo modo, si solo escuchamos a los aduladores y a quienes nos adoran y desoímos a aquellos que nos hablan con sinceridad, desde la objetividad, también nos costará mucho encontrarnos. Hay que ir con mucho cuidado en este sentido, y aplaudo que sea un mensaje que se incluya en este libro.
Esos mensajes, sumados a esa “flor” que se crea con las cuatro monedas (esa parte del libro me ha encantado), se abrazan para dejarnos un pensamiento claro en la cabeza al terminar el libro: “todo está por hacer” y, en gran parte, depende de nosotros cómo hacerlo.
Me veo trabajando este libro, estos conceptos y estos mensajes con mis peques, y estoy seguro de que lo haré. En realidad, algunas de las ideas del libro las tengo ya bastante asimiladas y, como profe, las trabajo en el aula, pero este concepto de ikigai puede ser muy interesante para darle más fuerza a mi voz.
Por último, para redondear el libro, las ilustraciones que nos vamos encontrando son una preciosidad, un complemento perfecto para el texto y muy en la línea de esta filosofía que emana de la lectura.
Lo dicho, agradecido a la editorial por el envío y a los autores por hacer un trabajo tan bueno. Ha sido una lectura que he disfrutado mucho.
Dicho esto (como si fuera poco), voy con lo que más y lo que menos me ha gustado del libro.
Lo que más me ha gustado: creo que ya ha quedado claro, pero lo dejo, también, por aquí. La ausencia de paternalismo, de soberbia y de creerse en posesión de la verdad absoluta que muchos libros que podrían ir en la línea de este tienen. No es un libro que imponga, sino que sugiere. No critica, sino que pone en duda y nos hace dudar. No sentencia, sino que acompaña. Si hubiera impuesto, criticado y sentenciado, ni lo habría leído por completo. También me ha gustado mucho que nos incluyan a los maestros y profesores en las profesiones con vocación y misión, diciendo esta frase que me ha encantado: “En las aulas está el futuro de la humanidad”. GRACIAS.
Lo que menos me ha gustado: no lo voy a decir del libro, sino de mí mismo. Esa idea de que no me iba a gustar cuando lo tuve entre manos no fue acertada (a la vista está). Lo bueno es que se aprende de todo, así que me llevo, también, este aprendizaje.
Mi sensación final es que creo que es un libro muy útil para trabajar estos conceptos con niños y niñas y adolescentes, ya que tanto el lenguaje como los ejemplos y la estructura del libro son muy apropiados para esas edades, algo que se agradece mucho.
“Te puede encantar hacer algo, porque te relaja o te procura gran diversión, pero no ser bueno en eso. De hecho, encontrar cosas que te guste hacer es relativamente fácil comparado con ser bueno en ello”.
Francesc Miralles y Héctor García, El pequeño ikigai.